lunes, 27 de octubre de 2008

Marrakech, una ciudad con poder de seducción

REBECA RUIZ

Cuando se pisa Marrakech por primera vez uno sabe que ha llegado a un sitio auténtico. Un sitio que conserva sus raíces. A pesar de un desarrollo constante, una inclusión de costumbres externas y una lucha por modernizarse, el día a día de la ciudad es propio. Marrakech sigue fiel a su esencia. Colores, olores y sabores que se mezclan con el gentío de miles de personas procedentes de todos los rincones del mundo.

Un ruido constante te mete de lleno en la vida de la ciudad. Te invita a explorar todos sus rincones. Los zocos son uno de los mayores atractivos de la ciudad. Por sus callejuelas estrechas, cubiertas con lonas de cañizo para proteger a las personas del calor asfixiante, se aglomeran multitud de tenderetes. Como si de los antiguos gremios se tratara las babuchas se encuentran al lado de las babuchas, las lámparas al lado de las lámparas. Un orden que a simple vista no se percibe. Los vendedores tratan de llamar la atención con todo tipo de artimañas mientras motos y burros entorpecen el andar de los ciudadanos por las angostas calles.

Uno no se puede descuidar en esta ciudad. Si le ven flaquear acabará recorriendo la ciudad detrás de un guía que le promete una vista impresionante pero que terminará, a ciencia cierta, llevándole a una tienda de alfombras.


El museo de Marakech se encuentra en el palacio de Andalusí, creado en el siglo XIX para un ministro del sultán. Al entrar a uno le invade una enorme calma. Techos altos, puertas esculpidas y una música árabe que invita a disfrutar del lugar y le hace olvidar que se acaba de comprar una alfombra y no sabe bien cómo ha ocurrido.

La plaza de Yemaa el Fna es el centro de la medina. El punto de encuentro para todos aquellos que quieren vivir la ciudad intensamente. Cuando cae la tarde miles de puestos aparecen de la nada, uno detrás de otro ofreciendo sus productos a los transeúntes. Aparecen los encantadores de serpientes, los puestos de zumo de naranja o los cómicos que animan la velada. Un jolgorio que no se puede comparar con nada conocido.

Los días pasan muy rápido en esta ciudad. Pero el tiempo para descubrir la ciudad ha terminado y uno sabe que para comprender la ciudad necesitaría como mínimo mil y una noches.

El río Duratón bajo la mirada de un navegante

REBECA RUIZ
La península cuenta con una gran red de vías fluviales. Una a una se van uniendo para dar finalmente al mar. Pero durante su camino van creando parajes increíbles: es el poder del agua.

El río Duratón es un pequeño gran río que nace cerca de Somosierra, entre la Sierra de Guadarrama y la de Ayllón y desemboca en el Duero a la altura de Peñafiel en Valladolid. La mayor parte de su vida transcurre en Segovia y recorre numerosas villas y aldeas con importante patrimonio románico. Es uno de los ríos más emblemáticos de Castilla y León.

Una manera de descubrir el Duratón es navegando por sus aguas. A vista de “pato” todo tiene otra perspectiva. Y mientras paleas por sus aguas, a veces tranquilas, a veces rápidas, tienes la sensación de ser un navegante auténtico.


Es hora de embarcar. Comienza la Travesía. La primera parte del descenso comienza en San Miguel de Bernuy. Las aguas aquí son amplias y tranquilas. Se nota que el embalse de las Vencias está cerca. El río ha ido excavando las rocas calizas, encajándose entre profundas paredes de más de 70 metros en algunos puntos, describiendo en otros marcados meandros o zonas con un paisaje castellano muy característico. Y mientras se palea a bordo de una canoa se descubren cosas que desde la tierra no se ven.

Cuando se divisa a lo lejos los fuertes muros del embalse uno sabe que la etapa ha terminado y que ha llegado la hora del descanso merecido. Como recompensa al esfuerzo:un buen cordero en Fuentidueña donde están tan acostumbrados a recibir visitantes que la hospitalidad se respira nada más entrar al pueblo.

El segundo día de descenso llega la emoción. Se dejan atrás las aguas serenas y embalsadas para topar con la zona más salvaje del río. Alta arboleda y vegetación protege las aguas. Y a bordo de la canoa hay que esquivar zarzas y pequeños rápidos, caprichos del río, para no volcar y pisar un cangrejo. Uno se siente aventurero que va abriendo camino.

Y llega el fin del viaje. Es el momento de saltar de la canoa y pisar tierra firme.


domingo, 19 de octubre de 2008

Zahara de los atunes, el encanto de un pueblo marinero


REBECA RUIZ
Las cañas de pescar inundan la arena. Una al lado de la otra creando una hilera paralela a la línea invisible que forman las olas al romper. Los pescadores, siguiendo las horas de las mareas, acuden a la playa para pescar. Y es que el pueblo vive del mar, unos de la pesca menor y otros pescando atún con la almadraba, un arte de pesca milenario que ya utilizaban los romanos tantos años atrás. Y esto se nota en el día a día de este pequeño pueblo marinero, tan abajo en la península que se huelen los olores de oriente.

Disfrutar aquí no es difícil. Es uno de los pocos lugares en los que el verde de la naturaleza se funde con la arena del mar. El paisaje invita a descansar y sentir el contacto de la arena en los pies durante el paseo a lo largo de sus más de 8 kilómetros de playa, una de las más grandes que aún quedan en la provincia de Andalucía.

Y se entra en el pueblo y los muchos resquicios que quedan de la historia olvidada de esta pequeña pedanía gaditana inundan la calle. Como el palacio Chanca donde se guardaban los enseres de la almadraba en tiempos del Duque de Medina Sidonia o la iglesia del pueblo que se encuentra escavada en un trozo de roca y tanto en verano como en invierno un aire fresco te acaricia la cara cuando entras en la ermita.

Anochece y los pescadores recogen sus anzuelos. Las luces de África se divisan desde la playa, cuando la mar está en calma y el cielo despejado. Sentado en la terraza de los muchos chiringuitos que dan al mar, uno disfruta del momento y se recrea con el viaje vivido.


jueves, 16 de octubre de 2008

PEREZA - Número Cero

REBECA RUIZ
Viajero, cuénteme qué tal su aventura... El tiempo transcurre de una manera diferente en las horas de ocio. Fuera del horario de trabajo, de las obligaciones rutinarias, el fluir de las horas es pausado. Se disfruta de cada instante. La rapidez se transforma en una forma perezosa de dejar pasar el tiempo. Uno se deleita con cada momento, dejando que la belleza de los lugares descubiertos y de los placeres vividos adquiera una magnitud suprema en nosotros que termina por dejar una huella perenne. Mientras se leen las líneas de PEREZA las formas sobre un país exótico, una aventura al fin de la tierra o un instante relajante se van formando en nuestra mente. Esta sección es una guía para el que quiera dejarse llevar y disfrutar de su tiempo ajeno a la rutina cotidiana. Sin prisas, sin atropellos… simplemente viajando.

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